jueves, 16 de julio de 2009

Aniversario de un amigo

Me queda pendiente, la II de Amigos de Amigos y siguientes concretos, pues como siempre, no se puede hacer ni llegar a todo cuanto queramos.

Recientemente se cumple el aniversario del viaje sin destino y billete de regreso de mi querido amigo del alma, Miguel Muñoz, al que otro día le dedicaré un post sin desperdicio.

Al medio día de mediados de julio del año 1997, con 78 años cumplidos, emprendió sin apenas sufrimiento y en paz, el viaje a lo desconocido. Su esposa, Pilar Muñoz, le siguió a los 4 meses, quisiera pensar, se fue en su busca, y su hijo Miguel, 3 años antes, con apenas 43 años, de un infarto cerebral, después de un mareo, previo arrimado al arcén mientras conducía en dirección a Madrid a su trabajo. A él, a su madre, hermana Pilar y sus 2 hijas, Laura esposa del hijo y sus 2 hijos, también les dedicaré otro día un post.

La perdida de esta familia, supuso toda una tragedia personal, que aun hoy llevo con tristeza cuando pierdo el equilibrio del ánimo o mis genes se ponen a jugar a los dados.

Mi encuentro y acogida con esta familia republicana de clase media acomodada, fue a finales de marzo del año 1978, siendo el inductor Miguel padre.

Por aquellas fechas Miguel, era el delegado para Levante de una empresa Austriaca de diamantes y abrasivos de uso industrial, (Tyrolit), plaza a la que accedió por su titulación de Ingeniero Industrial y por haber tirado un par de cañonazos a un pobre burro cargado de leña como oficial responsable de una batería en la serranía de Teruel en el bando contrario, es decir el bando rojo. Posiblemente, este acto fue todo cuanto hizo en la guerra contra Franco para poder conseguir una merecida paga complementaria a su pensión de jubilación, que le tramitó un habilitado de clases pasivas cuando apenas se había jubilado y el PSOE, con Felipe González al frente, llegó al gobierno de la ilusionada y expectante España.

Las aventuras vividas, de este su querido “amigo buda”, como así me espetaba para incitar mis neuronas y ánimo, fueron toda una maravillosa vivencia personal para ambos, que ya quisiera para sí cualquiera de los mortales haber podido disfrutar y, en la que suelo recrearme para no olvidar lo mucho y valioso aprendido como ser humano, que en definitiva es, cuanto le puede ayudar a cualquiera, a sobreponerse de la pesada e incomprendida existencia.

Las discusiones y debates filosóficos, humanos, económicos, literarios, arte, música y así, casi de todo cuanto a una mente inquieta pueda incitar, eran el agua de casi todos los días que compartimos casi durante 20 años cruciales de mi existencia. Formábamos y éramos casi todos y cada uno de los amigos posibles e imaginables. Incluso llegamos a comentar en una ocasión, que si alguno de los dos, indistinto, hubiéramos sido mujer habríamos vivido el amor carnal intensamente a espaldas de nuestros respectivos conyugues. Tampoco fuimos socios de capital de empresa alguna, aunque sí tuvimos una relación intensa comercial por medio de una empresa en la que actuaba como interventor plenipotenciario de un pool bancario y que fue el inicio de nuestra fructífera relación.

Un día, apenas pasada una semana de conocernos, quedamos en la delegación de su empresa y tras tratar asuntos de la relación comercial de inicio del encuentro, nos fuimos a tomar un café cerca de su oficina. Al poco de empezar la charla se produjo la mutua y espontánea declaración de amistad para siempre, que así fue. Nunca fuimos capaces de tutearnos en serio y de seguido, por más que lo intentamos. Nuestra sincera amistad y respeto absoluto mutuo como seres humanos había trascendido cualquier formalismo y sin duda, supuso para ambos una nueva dimensión y forma de asomarnos a la particular ventana de mirar el mundo que nos rodea. Cuando nos conocimos él tenía 59 años y yo 23 recién cumplidos, toda una combinación explosiva dado los particulares condicionantes bilógicos, culturales, orígenes, conocimientos y todo lo demás que en sucesivo recrearé con gozo.

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