En la profundidad de un pozo, quien ha nacido, vive y muere en el, sólo pude divisar esporádicamente la luz del día en lo alto de la abertura.
Aparentemente no hay forma de salir y la inteligencia no da para más. Solo se sabe que de vez en cuando algo se asoma y deja caer alimento justo para la supervivencia.
La noción del tiempo no existe, la palabra y la escritura tampoco, el instinto domina el ambiente y apenas las emociones asoman. La percepción de vacio es casi absoluta, solo aparecen figuras de las escenas diarias con la luz asomando a lo alto del pozo como fondo, la lluvia deslizarse por las paredes de vez en cuando y a menudo la ración de alimentos.
Así transcurre la vida de estos seres durante generaciones, sin opción alguna de existencia que suponga parecido a otra posibilidad.
El azar quiere un día, que alguien caiga al pozo desde lo alto. Al principio el temor invade a los seres de la cueva, generando una concentración y alejamiento al tiempo del nuevo visitante.
Ante las muestras de dolor del recién llegado, al poco se acercan con temeridad por instinto a quien se les parece en aspecto. Al calor del tacto, el mal herido reacciona con alegría y actitud receptiva y al momento desaparecen las barreras, apareciendo el instinto como salvador.
Después de muchos cuidados y atención el nuevo miembro se recupera y cae en la cuenta de que se encuentra entre seres desconocidos respecto a él, empezando a observarlos en su comportamiento al igual que hicieran los otros con él cuando apareció.
No logra salir de su asombro, no articulan palabra alguna ni conocen escritura o símbolo alguno. Actúan parecido a como seres humanos en lo básico primitivo, sin embargo están llenos de curiosidad como un niño.
Con el tiempo, la convivencia propicia el lenguaje, el dibujo y ciertas manualidades rudimentarias. Hasta que un día el nuevo visitante bien acogido hace aparecer el fuego y se hace la luz.
Hasta ese día la vida había transcurrido a ritmo sostenido, pero desde ese mismo momento, los habitantes del pozo empezaron a estar alegres sin saber por qué. El calor próximo del fuego y la luz proporcionaba una nueva dimensión y color del entorno.
Se las ingeniaron para conservar el fuego, conservar y cocinar los alimentos, guardar el agua, dibujar en las paredes escenas diarias de los habitantes de la cueva y el nuevo huésped, también pintó en forma de cuadros figuras y dibujos desconocidos para sus compañeros.
Así la comunidad aislada progresó rápidamente hasta el límite, gracias al nuevo visitante y por sí mismos.
Vivir cada día como si fuera el primero del resto de nuestras vidas, facilita dar sentido a cuanto hacemos en bien para nosotros mismos y los demás.
lunes, 17 de agosto de 2009
La luz: Esencia emocional
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